Siempre tuve la sensación de pertenecer más al dÃa que a la noche. Dejar la cama en pijamas para asomarme al balcón y sentir los primeros rayos del sol sobre mis mejillas acompañados por la brisa y el sonido de las olas del mar moviéndose y chocando contra la arena, siempre fue un espectáculo que gustosamente contemplaba en primera fila todas las mañanas antes de hacer cualquier cosa.
El café esperaba en la mesa, humeante y oscuro, pero aquel dÃa no era para empezarlo con la amarga sensación de vejez en mi boca, ese fue un dÃa para vestir leggins, camisones y bufandas, y quizá un viejo chaleco de Blue Jeans que siempre me proponÃa volver a usar. La mañana estaba frÃa y hacia mucha brisa, casi tuve que reducir la velocidad de mi bicicleta para que mis ojos dejaran de derramar lagrimas. Salude y me fije con más detalle en los niños yendo a la escuela y en las personas comenzando a abrir con pesadez sus negocios de flores y pasteles.
-¡¿Por qué has decidido mudarte a este lugar recóndito sin mas que jardines y arena?!. Grito mi madre la ultima vez que intentamos hablar.
-¿Por qué no querrÃa hacerlo?. Fue mi respuesta El impacto de su rechazo no disminuyo aun en 8 años, la desesperación y la decepción que sus ojos reflejaban sobre los mÃos siguen en algún lugar bien conservados dentro de mi, pero cada vez están más profundos, y mezclados con un centenar de recuerdos nuevos. Me detuve en mi floristerÃa favorita y sentà como el delicado perfume de las flores se posaba lentamente sobre mi piel. Las observe. Nunca pude definir cual podrÃa haber sido mi favorita, aunque siempre pasaba más tiempo fotografiando las rosas negras que solo florecÃan en nuestra apartada aunque pacifica localidad, pero ese dÃa no fui a fotografiarlas si no a contemplar mis cosas favoritas en el mundo, una vez más. Continué mi camino, las personas parecÃan cobrar mayor energÃa conforme el sol iba saliendo. El sol, el único testigo quizá de todas las tardes que pase en la playa junto a Russle, el tan alto y delgado surfista cuyo cuerpo parecÃa mezclarse con las olas, siempre goteando y con una energÃa propia de aquel que hace lo que ama de verdad. Yo solo lo observaba sentada con mi cámara en la arena, era lindo lo que sentÃa por el. No era deseo ni pasión, solo una sensación de felicidad, de jubilo, mientras lo observaba montado en su tabla, sostenida por el anillo de una ola. Aquella tarde el se acerco hasta mi sin decir una sola palabra, su cabello al igual que su rostro y todo su cuerpo estaba empapado, me gustaba su pelo despeinado y pegado a su rostro por el agua, pero pensé que eso suponÃa una molestia para el, a la que ya se habrÃa acostumbrado, asi que pase mi mano por su frente para quitar toda el cabello que caÃa en sus ojos y entonces el sonrió. Supe que no podÃa ser esa la única que vez que verÃa aquel espectáculo al que injustamente se le podrÃa llamar sonrisa, y asà fue. Llegue finalmente a las afueras de aquel humilde lugar y observe un grupo de niñas descalzas, con vestidos que dejaron de ajustar sus tallas varios años atrás, sucios y rotos pero no tan rotos como la esperanza en sus rostros. Me acerque a ellas y todas salieron corriendo excepto una que parecÃa ser la lÃder, quise saber donde estaban sus padres antes de odiarme por tanta indiscreción, pues ellos habÃan sido encerrados en la cárcel en un intento por robar comida. Ellas eran sus hijas y ella la hija mayor que quedo a cargo de 4 chiquillas más. Le regale mi bicicleta y le explique como deberÃa venderla y también le deje mi bufanda y mi abrigo. Al alejarme recordé otra razón por la cual preferÃa vivir en un lugar tan pequeño y apartado, una razón muy cobarde posiblemente. Entre empujando aquellas puertas tan pesadas y camine hasta encontrarme con otras más para abrirlas y ver allà a mi madre, inconsciente, sobre una camilla conectada a un montón de tubos y cables, acaricie su cabello y lamente profundamente el que tuviera que pasar su cumpleaños de esa manera, pero me alegro saber que yo iba a poder cambiarlo muy pronto. Entraron varias personas para darme las instrucciones y en pocos minutos me halle acostada con una bata de hospital, a mi lado una ventana abierta, la mañana ya iba perdiendo su frescura y el sol brillaba más fuerte, sonreà al ver aquello y por ultimo cerré mis ojos con la imagen mental de la sonrisa más hermosa que habÃa visto, la de Russle. Y le regale mi corazón a mi mamá para que ella también pudiera volver a sonreÃr.
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Escrito el 30 de diciembre de 2013